Mi pequeño gran héroe

 

Se encontraba escondido en un rinconcito tras una roca, sus ojos desencajados expresaban un profundo dolor, yo no conseguía llegar a comprender el porqué. ¿Por qué sus lagrimas?. ¿Acaso sabía llorar?

Sus ojos eran tan oscuros como el fondo de un pozo, brillaban casi de una manera deslumbrante, aún quedaba esperanza dentro de ellos.

La brisa golpeó mi pelo haciéndome despertar de mi ensoñación, alejándome de mis pensamientos, zarandeaba cada mechón de mi pelo, parecían latigazos que golpeaban mi mejilla. Lo que en cualquier otra situación me hubiera dado paz y bienestar, en ese momento me despertó muchísima inquietud, mi corazón empezó a latir cada vez con más intensidad y a mayor velocidad, sentía que en cualquier momento iba a estallar.

A simple vista, todo estaba bien… el mar se encontraba en calma, la brisa refrescaba cada poro de mi piel mientras se batía en duelo con el calor abrasador del mes de junio, ni una sola nube cubría el cielo y el sol se presentaba en su máxima expresión. Asustada y sin saber por qué, me di cuenta de que todo era… ¡Perfecto!. Saber esto me provocaba aún más terror.

Mi piel se erizó cuando la marea bañó mis pies, volví la vista atrás  para ver que había pasado con él, quería seguir adivinando, quería colarme en sus ojos para conocer qué le pasaba, pero ya no estaba en el mismo sitio. Busqué alrededor con mi mirada hasta que conseguí localizarlo, sus movimientos eran torpes y destartalados. Decidí acercarme hasta donde se encontraba para descubrir cuál era el problema y si yo sería capaz de solucionarlo.

Cuando quise dar el primer paso me sentí incapaz, algo sujetaba mis pies impidiéndome despegarlos del suelo. Bajé mi mirada y la sorpresa fue aún mayor cuando descubrí que nada ataba mis pies al suelo, nadie los estaba agarrando, se hundían en la arena como si fueran movedizas. Aunando todas mis fuerzas conseguí dar el primer paso, era tal el nivel de esfuerzo que requería la acción que me sentí agotada. Gotas de sudor frio empezaron a precipitarse por mis sienes, mi espalda y mi pecho. ¿Qué me estaba sucediendo y que estaba pasando?.

No cesé en mi empeño y conseguí dar cinco pasos más. La marea había cambiado y empezaba a subir a una velocidad pasmosa, lo que en un principio parecía un mar en calma, ahora había cambiado en cuestión de segundos por un mar de temporal. Agotada, sin apenas fuerzas, abrí a tope mis pulmones sin conseguir satisfacerlos, nada era suficiente para calmar mi angustia. Entre jadeos levanté la vista en su búsqueda, aturdida y mareada intentaba fijar mi mirada en él pero me era imposible ver con claridad, la imagen no era nítida del todo. Me di cuenta de que había conseguido acercarme un poquito más, mi esfuerzo no había sido en balde. ¡Cinco pasos más!, solo cinco pasos me separaban de él. Era incapaz de reunir las fuerzas necesarias para llegar hasta donde deseaba.

Me sentía como una muñeca de trapo con una piedra en su interior.

Por fin comprendí el por qué de sus miedos… una de sus patitas estaba rota.

Me asaltaron infinidad de preguntas, no sabía de que manera podría ayudarle, ¿cuál sería su futuro sin esa patita?, cualquier animal podría hacerle daño, ¿cómo buscaría comida?, ¿de qué manera treparía por las rocas? ¿podría seguir su vida?.

La marea comenzaba a subir progresivamente a la par que mi ansiedad me ahogaba. No podía moverme del sitio. Caí derrotada en la arena. Tenía tanta sed… que deliraba. Cerré los ojos tan solo un segundo…

Lo que yo creí ser un momento fue algo más, al menos había pasado media hora según a la altura a la que ya se encontraba la marea. El agotamiento me había vencido, las olas bañaban ya mi cuerpo entero y seguía sin fuerzas para levantarme. Mi destino estaba parecía marcado de una manera irremediable.

Eso pensaba hasta que alguien me agarró por la espalda, me arrastró sin apenas esfuerzo, ayudándome a descansar mi cuerpo sobre una pared de roca a salvo de la marea alta. Me dejó junto a una roca por la cual bajaba un pequeño chorrito de agua dulce, fresca y cristalina que alivió mi sed.

¡Me habían devuelto la vida!. No satisfecha con ello, mi inquietud permanecía inmutable hacia ese pequeño ser. Necesitaba saber que le había ocurrido, que había sido de él, seguro que aun se podía hacer algo, aun quedaba esperanza.  

Giré mi cabeza sobresaltada para descubrir quien me había salvado. Estaba muy agradecida y deseosa por descubrir su rostro. Sentía también la necesidad urgente de explicarle la situación, lo que había sucedido y que un ser se encontraba en peligro. Solo entre los dos conseguiríamos hacer algo por él, por aquel ser que sin saber por qué, había despertado en mi un amor repentino. 

Necesitaba su ayuda. Yo sola me sentía incapaz. Si había sido capaz de salvarme a mi, seguro que conseguía encontrarlo y devolverlo a la vida como a mi.

Mi sorpresa fue que al girarme, ¡no descubrí a nadie!. Nada había tras de mi. ¡Era imposible! Estaba segura de que alguien me tomó por la espalda. ¿Cómo era posible que no hubiese rastro de nadie? ¿Qué estaba pasando?

Volví mi vista al frente en su búsqueda sin resultado alguno, no veía a ninguno de los dos, ni a mi salvador ni a quien deseaba salvar.

¿Dónde estaba ahora? Lo había perdido de vista durante un buen rato. Estaba muy preocupada. ¿Le habría pasado algo?

Hice un segundo intento en búsqueda de alguna señal, algo que me diera alguna respuesta. Al volver a girar mi cabeza hacia atrás volvió la “nada”, seguía sin haber nadie y yo seguía sin entender nada.

¡Nadie! ¿Cómo era posible?.

Sentí de pronto un cosquilleo en el dorso exterior de mi muslo que me hizo bajar mi mirada y allí estaba él, con una mirada totalmente diferente a la anterior. Su patita parecía estar arreglada, parecía no tener ningún problema.

¡No era posible! Es pequeño y frágil. Hubiera sido incapaz siquiera  de mover un solo dedo mío…

O no…

Mi cuerpo se recuperó, mi mente dejó de cavilar y mi corazón latía suavemente… La calma y la paz regresaron a mi como si nunca se hubieran ausentado.

El pequeño cangrejo se alejó de mi, satisfecho, hasta entrar en el mar donde él era feliz, donde la marea lo mecía, acunaba y arropaba con su manto.

En calma, en paz…

Siempre ahí.

Nada es imposible.

Déjate ayudar y llevar por la marea.

Aquí os dejo parte de mis pensamientos y de mi corazón.

Para mi Padre.

Gracias por ser ese “Cangrejo” que no me deja desfallecer.

Cristina Alarcón

Hasta el próximo domingo.

Ilustraciones  de Cristina Alarcón